domingo, 20 de agosto de 2017

11. Empel, el final de nuestro camino... (24 y 25 - Julio - 2017)

Llegamos de los primeros al pueblo de Empel. El "nuevo Empel", pues el viejo, fue arrasado por los bombardeos de la II Guerra Mundial. Llueve a mares y no se ve un alma, pero en la fachada de la iglesia de San Landelino, junto a la bandera holandesa, hay izadas dos banderas con el aspa de Borgoña. Estamos pues, en terreno propio.

A poco más de 40 kms de la frontera holandesa, en el límite norte del Ducado de Brabante, donde el caudaloso Mosa establece el límite con los Güeldres y la isla de Bommel, esta pequeña población, que depende administrativamente de Bolduque, se ha mantenido fiel al credo católico durante años, pese a formar parte de un país de mayoría protestante.

Ellos mantuvieron el recuerdo del milagro que la Virgen Inmaculada realizó en la fría madrugada del 8 de diciembre de 1585, que hizo al almirante holandés derrotado exclamar: "Tal parece que Dios es español, al obrar tan gran milagro". Y desde 2007 mantienen contacto con la Academia de Infantería Española, acogiendo a las diversas peregrinaciones que se han ido haciendo desde entonces.

Esta tarde ha habido una reunión de emergencia en el salón parroquial, pues llegaban los soldados españoles, que iban a acampar con sus tiendas de campaña en un prado cercano, pero la lluvia que cae sin parar desde hace dos días lo ha convertido en una charca. Los vecinos se ofrecen voluntarios y acogen a los expedicionarios en sus casas, en función de sus capacidades. Como en los tiempos de los viejos tercios, cuando llega el autobús les están esperando con un listado y unos croquis realizados a toda prisa y fotocopiados. Un grupo de cinco para acá, otros tres con aquella señora, diez en aquel cobertizo... ¡La mayoría de los que ofrecen sus casas no hablan ni una palabra de castellano, y algunos ni inglés! Es emocionante.

Gabriela, mejicana casada con holandés, es la que dirige la operación, y una vez colocados todos nos ofrece a Llanos y a mí llevarnos a su casa. Le damos las gracias pero nosotros teníamos ya la habitación reservada en un hotel cercano. Una vez que todos se ubiquen y adecenten un poco (llevan todo el día con el traje de época y nos ha llovido un montón) nos juntaremos en la ermita, en el dique del viejo Empel.

El conjunto que forman el viejo pueblo con el nuevo, y con el propio Bolduque ('s-Hertogenbosch, en holandés), es un auténtico laberinto de calles concéntricas y casitas bajas con jardín, aunque con el GPS no corremos peligro de perdernos. Después de nuestro paso por el hotel cogemos la carretera del dique y justo en la orilla del Mosa hay un aparcamiento donde dejamos el coche. A continuación se levanta un jardincillo cercado con una ermita y un pequeño cementerio. Aquí es.


Todos van llegando y acercándose a la pequeña imagen de la Virgen. De pronto el pequeño espacio está abarrotado de españoles y holandeses, y el general Muro pide silencio. Una señora mayor nos dirige unas palabras de bienvenida. Le llaman "la generala" porque en cierto modo es la jefa de esta comunidad. En su día donó los terrenos donde se levanta la capilla que se construyó con la aportación de todos. Nos felicita por el camino recorrido y los esfuerzos superados y nos dice que estamos en nuestra casa, que el pueblo de Empel está encantado de acoger a todos aquellos españoles que quieran venir a visitar a su virgen.


Mañana será el día grande, pero ahora nos invitan a cenar en el animado restaurante que está justo enfrente, "De Lachende Vis", que como todo el mundo sabe significa en holandés, "El pez que ríe". Aquí es donde se produjo hace diez años el encuentro que supuso el descubrimiento para los españoles de que Empel existía. Era un lugar real, y no una leyenda. Un lugar muy apropiado para que cenaran los soldados de los tercios, con unas sabrosas costillas asadas y buena cerveza, pardiez.


En las mesas nos mezclamos con los lugareños, los expedicionarios a pie y los que fuimos en vehículo, y pasamos un rato estupendo, intercambiando anécdotas de unos y otros, y contándoselas a los que aquella estupenda noche nos habían acogido.

A la mañana siguiente el desayuno para todos fue en el salón parroquial y después se pudo hacer una visita a la iglesia de San Landelino, donde poco a poco se está juntando material para un pequeño museo relativo a Empel y los Tercios, pues no solo cuenta con la tabla alegórica al milagro, sino con las reproducciones de los cuadros del pintor Ferrer Dalmau, donados por el Ejército Español y los muchos recuerdos que van dejando los peregrinos. 

Hoy domingo, día de Santiago, afortunadamente luce el sol, y pudimos celebrar los actos previstos en el dique y la misa de campaña en el exterior. En primer lugar marchamos todos a la orilla del Mosa, justo enfrente de la isla de Bommel, y el general Muro nos contó con detalle cómo el Tercio de Bobadilla quedó cercado en estas tierras cuando los holandeses rompieron los diques.


Después, a modo de conmemoración, nuestro soldados representaron el hallazgo de la tabla, recordando la disposición del cuadro de Dalmau. Esta tabla de la virgen ha sido tallada y donada por otro militar español, y hoy nuestra expedición la entregará en la ermita como recuerdo del 450º aniversario del Camino Español y de nuestro paso por estos lugares tan importantes para los infantes españoles.


Se reorganizan las tropas y, con la cruz y la imagen de la Virgen al frente inician de nuevo una procesión como la de aquella lluviosa tarde de diciembre de 1585, solo que hoy luce el sol y los semblantes son alegres, pues sabemos que todo acabó bien para los nuestros...


Según vamos adentrándonos entre las casas del viejo Empel se va añadiendo la gente, siguiendo a esta extraña procesión que se detiene a las puertas de la ermita. Los paisanos ceden el espacio central a nuestros soldados, que adoptan la formación para la celebración de la misa de campaña.

Al párroco de Empel se ha sumado un sacerdote castrense español. Entre ambos concelebrarán la ceremonia, que se dirá parte en castellano y parte en flamenco. Para que todos podamos seguirla nos distribuyen unos libretos que llevan la traducción de los textos. Todo un detalle.

Momentos emocionantes fueron la entrega de la tabla por el capitán y uno de los suboficiales, que fue bendecida por el párroco antes de colocarla a los pies del altar, o el momento de la consagración, donde nuestros soldados adoptaron la posición de "Rindan armas", a la más vieja usanza...


Las canciones, las palabras de los sacerdotes, los estrechamientos de manos y los abrazos, todo en un ambiente de cordialidad y hermanamiento digno de admiración.

Pero todo termina y, una vez acabada la ceremonia, llegó el momento de las despedidas. Adiós a nuestros nuevos amigos de Empel, a los compatriotas que recorrieron a pie casi trescientos kilómetros y aquellos que llegaron directamente desde España para este momento. 

Todos hemos vivido una experiencia maravillosa al revivir nuestra historia y animamos a todos a que vengan. A que recorran todo o parte de ese maravilloso Camino Español y que, una vez en Flandes busquen las huellas de nuestro pasado, que en algunos sitios siguen muy vivas y, si pueden, alcancen Empel, el lugar donde un día la Virgen Inmaculada decidió que había que cuidar a esos hombres que daban su vida por ella y por su Hijo.



F I N






sábado, 19 de agosto de 2017

10. Los Tercios vuelven a Amberes y Breda (24-Julio-2017)

(¿quieres verlo?)
A las nueve de la mañana acudimos puntuales a la cita, en la explanada de la ciudadela de Namur. Allí formaban de nuevo los Tercios, para escuchar las palabras de un general español. Los alegres compatriotas que anoche celebraban el final del camino, hoy vestían sus mejores galas, y piqueros y arcabuceros rodeaban la enorme bandera ajedrezada con el aspa de Borgoña, que portaba un auténtico alférez de infantería española.


El Teniente General en la reserva, Cesar Muro Benayas, es el presidente de la Asociación de Amigos del Camino Español de los Tercios, organizadora de esta expedición y hace diez años, siendo Inspector del Arma de Infantería preparó la primera peregrinación a la ermita de Empel por el Camino Español, con representación de todos los regimientos del arma. Historiador y escritor, conoce como nadie las hazañas de las armas españolas en estas tierras y nos expuso en amenas palabras la importancia de esta ruta para nuestras tropas en los siglos XVI y XVII, y de la ciudad de Namur como punto de llegada y, a su vez, de partida de los tercios a las diferentes zonas de los Países Bajos donde se les requería.

Tras escuchar sus emotivas palabras, y sin perder un minuto, pues amenazaba lluvia marchamos a cumplir con la "tradición" de inmortalizar el momento de haber puesto nuestra particular "pica en Flandes".


En la mullida tierra de la explanada de la ciudadela de Namur, los españoles que culminan su recorrido, hincan de forma simbólica su arma en recuerdo de tantos y tantos de nuestros compatriotas que hicieron el tremendo esfuerzo de llegar hasta aquí, no para disfrutar como nosotros, sino para dar su vida en defensa de su Dios y de su Rey. Cuando uno cuenta con una sección de piqueros, lógicamente este acto queda mucho más lucido...


Desde uno de los miradores cercanos, con una vista espectacular del río Mosa, el general nos contó la heroica entrada de D. Juan de Austria en Namur, con los tercios que volvían de Italia después de que el Edicto Perpetuo se hubiera mostrado papel mojado, mediante el cruce masivo del Mosa y la ocupación de la ciudadela, cuya fortificación amplió y mejoró, y la determinante batalla de Gembloux, que permitió que España volviera a hacerse con el control de varias de las provincias rebeldes.

Después llamaron a "formar el Tercio" y nuestra tropa entró desfilando a toque de tambor por la poterna de acceso a la ciudadela, para después hacer algunas formaciones y demostraciones de combate.


Nuestro "camino" había terminado en Namur, pero no así nuestra peregrinación, ya que la intención era adentrarnos en Flandes y llegar, en las Provincias Rebeldes, hasta el sitio de Empel, donde daríamos gracias a nuestro señor Santiago en el día de su festividad, con una misa de campaña.

Embarcamos pues en los vehículos y nuestro siguiente punto de encuentro era esa gran ciudad, a orillas del Escalda, que aún se estremece cuando oye hablar de los Tercios: Amberes.

Tuvimos tiempo libre para recorrer la ciudad, que aprovechamos para visitar la imponente catedral, en la animada Groenplaats y las típicas casas flamencas de Grote Markt, con su imponente ayuntamiento, cuya fachada preside sin complejos el escudo de España.


Después de comer pudimos vivir uno de los momentos más emocionantes de esta aventura, cuando nuestra tropa desfiló por la Hoogstraat, la calle por la que se avanzó sobre los rebeldes la noche en que nuestras tropas amotinadas fueron en defensa de los españoles sitiados en la ciudadela, disputando al resto de tropas imperiales, alemanas e italianas, el llegar primero hasta el ayuntamiento y proceder al saqueo de las casas más ricas de la ciudad.


Esta vez no hubo saqueo, solo estupor de los viandantes y regocijo de los turistas, que aprovechaban para inmortalizarlo todo con sus cámaras. Entre ellos, numerosos españoles, que, aunque tan sorprendidos como todos los demás, se acercaban a nosotros pues reconocían algo suyo en esas banderas. La formación se detuvo delante del ayuntamiento donde se dijeron unas palabras de recuerdo y conmemoración, y se siguió desfile hasta la catedral.

La lluvia hizo de nuevo su aparición, ahora con más ahínco si cabe, pero nuestro recorrido no terminaba hasta llegar al castillo de Amberes, donde tan solo faltó que nos saliera a recibir el propio Sancho Dávila, el Rayo de la Guerra


De ahí volvimos a los vehículos, que estaban en un aparcamiento cercano en la orilla del río, y una vez embarcados tomamos, no sin trabajo, la autopista hacia Holanda. El tráfico es intenso en las salidas de Amberes, no en vano uno de los mayores puertos de Europa, y el desplazamiento se hizo lento y complicado, pero llegamos por fin a la ciudad de Breda, en cuyo castillo nos estaban esperando, aunque no precisamente para rendirse...

En esta fortaleza, situada en el centro de la ciudad y rodeada de canales, se emplaza la Academia Militar del ejército holandés, y como nuestra expedición la conformaba un buen número de cadetes españoles, se había concertado la visita. 

Nos recibió un coronel que nos dio la bienvenida y nos fue explicando (en inglés) un poco de la organización y vida de este centro militar, en el que se veían algunos cadetes en ropa deportiva que iban de acá para allá y miraban sorprendidos a nuestros soldados, que seguían vistiendo la ropa de época, e incluso el desplazamiento al patio central también lo hicieron desfilando.


Después de recorrer pasillos y salones, ver cuadros y recuerdos de las unidades militares holandesas, nos reunieron en uno de los torreones donde tenían un bar muy apañado y nos invitaron a unas cervezas, que fueron muy de agradecer. No pudimos dejar de aprovechar la coyuntura de encontrarnos en lo alto de la muralla, sobre los fosos y la puerta principal, para enarbolar la cruz de Borgoña, recordando los viejos tiempos...


Tras dar las gracias a nuestros anfitriones nos despedimos con rumbo al final, ahora sí, del viaje: Empel...



jueves, 17 de agosto de 2017

9. La llegada a Namur (22 y 23 - Julio - 2017)

Entramos en Flandes siguiendo el curso del Mosela e hicimos estación en Thionville. Poco queda de aquella ciudad en la que el emperador Carlos reposó de su ataque de gota tras la huida de Innsbruck, primera parada del Camino Español en territorio propio tras cruzar la Lorena. La ofensiva final del ejército de Patton en 1944, con cruce del río incluido, dejo en mal estado la población, y a duras penas conservaron un torreón, la torre del reloj y algunas casas alrededor del ayuntamiento. De la antigua fortificación solo quedan en pie las esclusas del canal, con una imagen romántica que nada tiene que ver con el resto de la ciudad.


Luxemburgo sí que merece una visita a fondo. Este islote rocoso con multitud de fortificaciones que se superponen unas a otras da una imagen un tanto caótica hasta que te explican el origen de la población en el peñasco del Bock y su expansión posterior. Las fortificaciones abaluartadas de los españoles, que posteriormente los franceses completarían con Vauban, como no, pero esta vez sin derribar nuestras murallas, sino ampliándolas en otras zonas.


Para poder visitar el Palacio Ducal (antiguo ayuntamiento español) es necesario reservar con mucha antelación, ya que no en vano es la residencia habitual del Jefe del Estado y los grupos son reducidos, pero lo que no hay que perderse es la visita "a las casamatas", que es como denominan a las redes de túneles excavadas en la roca que permitían desplazar las tropas a cubierto, así como hacer fuego con la artillería. Las Casamatas del Petruse datan de la segunda mitad del XVII y las realizaron los españoles mientras que las Casamatas del Bock son del XVIII, realizadas por franceses y austriacos, también se utilizaron durante la II Guerra Mundial.


Aunque para llegar a la meseta de Kirchberg, donde se ubican actualmente todas las modernas construcciones que alojan las instituciones europeas, es necesario coger el coche o un autobús, no quisimos dejar de visitar las fortificaciones más completas que se conservan, que se fueron solapando en función del incremento de los alcances de la artillería. Así el más cercano a la ciudad es un hornabeque español del XVII (el Fuerte Obergrünewald), después una curiosa construcción de Vauban del XVIII en forma de flecha (el Reducto del Parque) y la última es el decimonónico Fuerte Thúngen, ya de época austriaca que ha tenido que soportar que construyan sobre él, el modernísimo MUDAM (Museo de Arte Moderno, de Luxemburgo).


A la mañana siguiente iniciamos nuestro último tramo del Camino. Seguimos la E25 en dirección a Arlon (otra parada del camino), y dejando la autopista principal que se dirige a Lieja (principado eclesiástico aliado), llegamos hasta Namur por la pequeña población de Jambes, ya que desde ésta se accede al Mosa y al impresionante puente a los pies de la ciudadela,  que era la imagen que queríamos dejar grabada en nuestra retina. Lo que no contábamos es que la lluvia de Flandes también quiso acudir a recibirnos y nos acompañó durante toda nuestra visita.

Namur fue cuartel general de nuestros Tercios en Flandes durante el mandato de Don Juan de Austria, y a la figura de este general está muy ligada la ciudad. Aquí gobernó en soledad cuando los Tercios fueron obligados a marchar, con los Tercios tomó la ciudad cruzando el Mosa, y derrotó a ejércitos superiores en la cercana Gembloux. Él fue quien la fortificó y aquí murió víctima del tifus o del veneno, mientras con sus tropas soportaba un nuevo asedio rebelde. Quiso que su corazón quedara aquí enterrado aunque su cuerpo tuviera que regresar a España, a reposar en El Escorial, y tras el altar mayor de la catedral de Saint Aubain lo depositó su sobrino, Alejandro Farnesio, que sería su relevo al mando, dejando la placa que lo recuerda, aunque para encontrarlo hay que saber que está ahí, ya que no hay la menor indicación...


 "El más grande señor Serenísimo Príncipe Juan de Austria, hijo del Emperador Carlos V, victorioso de los últimos moros rebeldes en la Bética (rebelión de las Alpujarras), dominador y capitán vencedor de los turcos en Patras (Lepanto), que gobernaba en Bélgica en nombre del Rey. En el campamento de Bouges (junto a la Ciudadelala fiebre no dejó de aumentar y murió en la flor de la edad. Su amantísimo sobrino, Alejandro Farnesio, príncipe de Parma y Piacenza, designado como sucesor en el gobierno por mandado de D. Felipe, potentísimo Rey de las Españas y de las Indias, coloca en el altar esta inscripción como cenotafio. 1578"

Se le encoje a uno el corazón al leer estas palabras pensando qué habría sido de nuestra historia si Don Juan no hubiera muerto tan joven y hubiera seguido ejerciendo el mando en Flandes unos años más. Poco más podemos hacer que rezar alguna oración por su alma, ya que estamos al pie del altar.


Después de esta obligada visita todo se nos muestra triste y gris, no en vano sigue lloviendo, aunque la ciudad te depara agradables sorpresas, como la impresionante iglesia de los jesuitas o el estupendo escudo que preside el antiguo mercado de la carne.


Después de comer saldrá el sol y nos acompañará en la visita a la ciudadela, que se encuentra compartimentada en varias zonas, todas separadas por profundísimos fosos, correspondientes a las distintas ampliaciones. Se puede subir en coche y aparcar arriba para recorrerla con comodidad, e incluso montarse en un trenecito turístico cuyo habilidoso conductor es capaz de meterse por los túneles y puentes que dejan escasamente un palmo a cada lado.


Cae la tarde en Namur y tenemos que celebrar que hemos culminado el Camino Español. Es domingo por la tarde, llueve de vez en cuando y no se ve un alma en las calles, así que el ambiente no parece muy prometedor. De pronto, al pasar junto a una calleja, el milagro ocurre. Una pequeña placita escondida, la del Marché aux Légumes mantiene sus terracitas abiertas, las mesas están concurridas y un animado murmullo nos atrae.

Además, es un murmullo en español. De nuevo los peregrinos del Camino Español, celebrando como nosotros que han terminado culminado su misión. Acompañados de buena cerveza belga compartimos experiencias, mientras los camareros no dan abasto, perplejos de tanta animación. "Jamais il y a espagnols a Namur", decían. Pues hoy, los Tercios han vuelto a Flandes...




miércoles, 16 de agosto de 2017

8. Franco Condado y Lorena (19 a 21-Julio-2017)

Tres son los ramales del Camino Español que atraviesan el Franco Condado. De oeste a este: el del Duque de Alba, que vamos siguiendo desde el inicio de nuestra aventura, y los que atraviesan los Alpes por el Pequeño y Gran San Bernardo. No es de extrañar, pues el que fuera el Condado de Borgoña, era pieza fundamental de la gran partida de ajedrez que jugó la Monarquía Hispánica en el tablero europeo.

Al llegar a esta altura no hemos podido contenernos y, gracias a disponer de un vehículo que devora las distancias (siempre dentro de los límites permitidos, claro) hemos saltado un par de veces de un itinerario a otro para no dejarnos para atrás lugares que teníamos un particular interés en conocer.

Nuestro "primer pecado", aún en los límites de Saboya, fue la coqueta villa de Annecy, un pueblecito de cuento a orillas del lago alpino del mismo nombre. Presidido por un imponente castillo y con sus casitas de colores a lo largo del rio Thiou, se da un aire a Chambery, pero mucho más arreglado y totalmente volcado al turismo, que en esta época del año literalmente lo invade.


Si se dispone de tiempo suficiente, además de pasear por sus calles y subir a la fortaleza, que originalmente fue edificada por el señor de Ginebra y posteriormente adquirida por los Duques de Saboya, se recomienda un recorrido de una hora por el lago, a bordo de uno de los numerosos barquitos que hacen este servicio. A lo largo de su orilla oeste transcurría el camino español que viene de Conflans, y todavía hoy (¡milagro!), uno de los caminos de acceso a Annecy por este lado conserva el nombre de "Chemin des Espagnoux".

A poco más de treinta kilómetros al norte, el reducto calvinista de Ginebra obligaba a nuestras tropas a transitar por el estrecho punto de Pont de Gresin, un puente que cruzaba el Ródano a los pies de los imponentes montes Jura. Lamentablemente fue destruido durante la II Guerra Mundial y lo sustituye una pasarela inaugurada en 1951. Nosotros nos conformamos con pasar todo lo cerca que nos permitía el coche y cruzamos el Ródano por Bellegarde-sur-Valserine, atravesando los Jura por estrechas barrancas hasta alcanzar la planicie del Franco Condado.

Allí apretamos el paso para hacer noche en Dôle, la antigua capital. A la mañana siguiente la pateamos a gusto, pues la "Dola" del camino español conserva un estupendo casco histórico levantado a los pies de la gran colegiata de Notre-Dame y apiñado entre sus murallas y el canal du Rhône au Rhin, que bordea el último baluarte de la muralla española que queda en pie.


Desde allí continuamos hasta Besançon, la actual capital del condado aunque inicialmente era ciudad imperial independiente. Por eso ninguno de "los caminos" que atravesaban el Franco Condado hacían alto en ella. Pasó a manos de la corona española en 1656 y tuvo que hacer frente a los franceses de Luis XIV dos veces, hasta el asedio definitivo liderado por el Mariscal Vauban.

La ciudad está construida en un meandro del río Doubs, y a los pies de la impresionante fortaleza abaluartada que la domina, pues más que finalidad defensiva, la ciudadela, diseñada por el propio Vauban, tenía la finalidad de controlar a la levantisca población que no tenía ningún interés en ser francesa.


Más de trescientos cuarenta años después el estado francés trata de ocultar el pasado hispano de la ciudad, y en la documentación de calles y museos no se hace referencia al estilo renacentista italiano del antiguo ayuntamiento, que presidió desde una hornacina, ahora vacía, una impresionante estatua del emperador Carlos, a la importancia del Cardenal Granvela, que edificó uno de los mejores palacios de la ciudad, o al propio Duque de Alba, cuyo rostro se conserva en la figura del temible Neptuno que vigila el lateral del convento de carmelitas desde el siglo XVI. Que digan lo que quieran, la historia es la que es, y una voz tan acreditada como el poeta Victor Hugo, que aquí nació, la describió en un poema como "...Besançon vieille ville espagnole...". Su escudo es un águila imperial que apoya sus patas en dos columnas que recuerdan sospechosamente a las de Hércules, por algo será...


Precisamente en español escuchamos hablar a un animado grupo de jóvenes que copaba la Grand-Rue en el corazón de la ciudad. Sus camisetas, les delataban: formaban parte del equipo cívico-militar que había partido de Annecy el día 14 y llegarían a Namur, como nosotros, el 24. Acababan de instalar su campamento base en las cercanías de la ciudad y desde ella se desplazarían en autobús a realizar los tramos a pie que les restaban. Nos dimos a conocer y mantuvimos una animada charla hasta que llegó nuestra hora de partir, en que les deseamos buen camino. En Flandes nos reencontraríamos...

Nosotros estiramos al máximo la jornada, haciendo noche en Luxeuil. Tanto estiramos que ni el recepcionista del hotel nos aguardaba ni quedaba nada abierto para cenar, pero eso no era problema para los que llevan toda la intendencia en el maletero...

A la mañana siguiente, el tranquilo pueblecito nos sorprendió totalmente, una estación termal con lustrosos edificios de principios del XX y muchas flores era lo que prometía su nombre actual Luxeuil-les-Bains, pero en su día fue también parada del camino español, y su calle principal está flanqueada de antiguas casonas solariegas y un potente torreón.


A partir de Epinal, ya en la Lorena, todos los itinerarios del Camino Español convergían en uno solo, que atravesando Nancy, la capital, y rodeando la ciudad "enemiga" de Metz se acaba adentrando en Flandes por Luxemburgo. Así pues, nuestro último alto antes de pisar tierra flamenca fue en la capital ducal.


La puerta de La Craffe y el palacio de los duques de Lorena, son los únicos restos arquitectónicos de la época de los Tercios, pues con la ocupación francesa y su último duque semi-independiente, el polaco Stanislas Leszcynski se construyeron plazas y palacios al más puro estilo francés, que si bien nos dejaron una de las plazas más bellas de Europa, actualmente Patrimonio de la Humanidad, se llevaron para siempre el espíritu del antiguo ducado, que bajo el pabellón de la cruz de Lorena se enfrentó a la cruz de Borgoña en la famosa batalla de Nancy de 1477 y fue después aliada de los Habsburgo hasta ser convertida en provincia francesa en 1766.


martes, 15 de agosto de 2017

7. El paso de los Alpes (18-Julio-2017)

Salimos de Turín en dirección oeste, recorriendo el Valle de Susa, que se interna suavemente en los Alpes, tornándose más duro a partir de la villa de Susa, hasta culminar en el paso de Mont Cenis. Este fue el itinerario elegido por el Duque de Alba, y mientras la Casa de Saboya se mantuvo del lado español, fue el preferido por nuestras tropas, ya que el paso del Pequeño San Bernardo era imposible cruzarlo en invierno.

Como centinela de piedra a la entrada del valle se encuentra la impresionante Sacra de San Michele, una abadía benedictina que vivió su esplendor en el siglo XIV y dicen que inspiró a Umberto Eco para su novela "El nombre de la rosa". El fácil imaginar a nuestros piqueros levantando la vista hacia ese espectacular nido de águilas mientras avanzan temerosos a las duras jornadas de ascensión que tenían que comenzar sí o sí, pues estaban rodeados de altas paredes rocosas y no habría más remedio que trepar...



La puerta del valle es la ciudad de Susa, levantada por los romanos después de la invasión de la Península Itálica por Anibal, con la intención de que no les volviera a sorprender ningún enemigo procedente de las Galias. En ella se conservan importantes restos romanos, entre ellos una impresionante puerta de muralla y un pequeño arco del triunfo, que no solo conocieron la pisada de las legiones romanas, sino también de nuestros Tercios...


Dejamos Susa por la Strada Statale 25, siguiendo los carteles de Montcenisio, por una carretera llena de curvas, siempre ascendente, pero con un firme estupendo y una anchura más que suficiente para cruzarse con otro vehículo. El paisaje era espectacular, y parábamos de vez en cuando para poder disfrutarlo, porque el conductor no podía distraerse ni un segundo, y menos con la presencia de los inevitables "moteros", como toda buena carretera de montaña que se precie.


El paso fronterizo se encuentra más abajo del puerto de montaña, y el último tirón de curvas, ya del lado francés, se encontraba en peor estado, de modo que al culminar la ascensión y llegar a la explanada, junto a los restos de un antiguo pueblo deshabitado, la parada era casi obligada para descansar y disfrutar del momento...


En lo alto del puerto han levantado los franceses una presa que embalsa las aguas del deshielo, transformando el valle que atravesaron nuestros tercios en un apacible lago artificial donde confluyen multitud de turistas y aficionados a la montaña, y alrededor de una ermita con forma piramidal encontramos un centro de interpretación, un museo de flora alpina, y tiendas de múltiples accesorios para el montañismo. Nos sellan nuestra credencial, pero todo lo que no sea la Ruta Francíngena, nada. Ni idea de nuestros Tercios...

El descenso por el lado norte, que aún conserva nieve en las cumbres, atraviesa la estación de esqui de Valcenis y termina en el pueblecito de Lanslebourg / Mont-Cenis. Desde allí, hasta la antigua capital de la Saboya, Chambery, el descenso es continuado, pero suave, siempre encajonados entre montañas altísimas.


Tras pasar en Bramans junto a un monumento que recuerda la hazaña de Anibal con sus elefantes, nos topamos con el impresionante conjunto de fortificaciones que defendían la Barrera del Esseillon, una estrecha garganta donde los reyes del Piamonte establecieron su defensa avanzada contra los franceses (hoy 40 kms dentro de Francia), dándole a los cinco reductos que lo componen los nombres de personas de la familia real: Maria Teresa, Victor Enmanuel, Carlos-Félix, Maria Cristina y Carlos-Alberto. Hoy tienen allí montado un enorme campo de multiaventura (Parcobranche) una de cuyas tirolinas cruza por completo la estrecha y profunda garganta del Arc, con unas vistas impresionantes del Puente del Diablo. 


Pasado St. Jean de Maurienne desembocamos al valle del Isère, que transcurre perpendicular al que traíamos desde Mont Cenis. Si lo cogieramos hacia la derecha, hacia el noreste, llegaríamos a Conflans (Albertville) que es donde desemboca el camino español que viene del Pequeño San Bernardo. Nosotros giramos hacia la izquierda, como hiciera el Duque de Alba, para hacer noche en Chambery, la que fuera primera capital del Ducado de Saboya (y que dio nombre al famoso barrio madrileño).

Esta ciudad que no llega a los 60.000 habitantes es la capital del Departamento de la Baja Savoya, y mantiene prácticamente intacto su casco antiguo medieval, a los pies del castillo ducal, actual sede de la prefectura, en cuya capilla estuvo guardada la Sábana Santa hasta su traslado a Turín, junto con la capital del ducado en 1563.

Visitar la capilla y el castillo es una lección de historia del Ducado de Saboya, aunque contada por franceses en un continuo equilibrio para no mencionar para nada a España, ni el importante papel que jugó el ducado haciendo de bisagra entre las dos monarquías más poderosas del siglo XVI y XVII.

Recorrer sus callejas y pasadizos, que atraviesan las manzanas de abigarradas casas en múltiples y estrechos recodos es un pasatiempo en el que te ves trasladado a otra época. Nosotros nos alojamos en un pequeño apartamento que estaba situado en una calle del siglo XIV, la más antigua de Chambery, y teníamos que subir varios tramos de escaleras de caracol conectados con pasadizos volados sobre estrechos patios... ¡Toda una aventura!



Y con todo este ingente patrimonio histórico y arquitectónico, la promoción turística de la ciudad está volcada sobre lo que consideran su principal monumento "La fuente de los elefantes", una auténtica excentricidad realizada por un general que se enriqueció en la India y, al volver, invirtió su fortuna en modernizar la ciudad, pero quiso dejar el recuerdo de sus experiencias en Oriente con esta fuente que sus convecinos llaman "los sin culo", en alusión a que a los paquidermos les falta la parte de atrás."Cosas veredes, amigo Sancho..."



domingo, 13 de agosto de 2017

6. Atravesando el Piamonte (17 y 18-Julio-2017)

Salimos de Milán de nuevo en dirección a Pavía, pero esta vez la dejamos de largo, y tras cruzar el río Po, nos adentramos en el Piamonte siguiendo la autopista E-70, haciendo nuestro primer alto en Alessandría, concretamente en su impresionante ciudadela.


Durante el dominio español, Alessandría era una tranquila ciudad dependiente del Ducado de Milán, parada obligada de las tropas que marchaban hacia Flandes. Pero tras la Guerra de Sucesión Española que supuso nuestra marcha, fue anexionada al Ducado de Saboya, y precisamente para mantener esa ocupación y bloquear el Camino Español se construyó esta impresionante fortaleza abaluartada, que se ha mantenido inalterada desde entonces gracias a su utilización por el Ejército Italiano, aunque terriblemente necesitada de un intenso plan de mantenimiento.


La calle mayor de la ciudad, flanqueada de antiguos caserones, estaba muy animada cuando llegamos hasta el ayuntamiento para sellar nuestra credencial y luego continuamos, rodeando el mercado, hasta la carretera que nos llevaría a Asti.

Esta pequeña ciudad, presidida por su catedral románica de estilo lombardo, una de las más grandes del Piamonte, se articula a ambos lados del Corso Vittorio Alfieri, que parte de una antigua torre romana, la Torre Rossa, flanqueada por numerosos palacios y casas nobles, muchas de ellas con sus altas torres medievales.

La plaza donde se encuentra el ayuntamiento y la iglesia de S. Secondo estaba toda decorada con banderas de Saboya, al igual que el interior del consistorio, que tuvimos que recorrer de arriba a abajo, pues para sellar nuestra credencial los conserjes nos llevaron ante un auxiliar y éste hasta la Signora Segretaria, que quedó entusiasmada con nuestra historia y, además de ponernos el mejor de los sellos de que disponía, nos permitió disfrutar de los salones, adornados con cuadros y banderas, y presididas por un retrato de Manuel Filiberto de Saboya, el triunfador de San Quintín al mando de las tropas imperiales, que un año después de la victoria donó su palacio "al comune di Asti".



Para la Casa de Saboya, que además de numerosos duques incluye ocho reyes del Piamonte-Cerdeña y cuatro de la Italia unificada, la figura más heroica y digna de recuerdo es el Duque Manuel Filiberto, "Testa di Ferro", que sirvió al emperador Carlos en la Batalla de Mülberg y comandó las tropas de Felipe II en San Quintín. Plazas, calles, estatuas, cuadros... Nos lo encontraremos muchas veces hasta que salgamos de territorio saboyano, ya al otro lado de los Alpes.


Después de recorrer la pintoresca Asti continuamos ruta para llegar a la gran ciudad del Piamonte, al pie de los imponentes Alpes propiamente: Turín, capital del Ducado de Saboya desde 1563, y de los reinos de Cerdeña e Italia en sus primeros años.


En esta ciudad culminaban las últimas etapas llanas del Camino Español, antes de afrontar el ascenso hasta los pasos de los Alpes. Como capital de duques y reyes, Turín es una ciudad palaciega, mucho más que Milán. Desde la espectacular plaza Vittorio Veneto, a orillas del Po, (que a nosotros nos recordó mucho a la Plaza del Comercio, de Lisboa), por vias porticadas se llega al antiguo castillo, que sería de lo poco que un soldado de nuestros Tercios podría reconocer. Pero incluso éste tiene truco. Tan solo mantiene la mitad del castillo medieval, a su vez realizado sobre los restos de una antigua puerta romana, mientras que por el otro lado conforma el Palazzo Madama, levantado en el siglo XVIII por Juvara, para la regente María Cristina de Saboya.


Para los católicos, Turín es también la ciudad de la Sábana Santa, custodiada en la Catedral de San Juan Bautista, en una preciosa capilla que lleva cerrada más de veinte años porque fue destruida por un incendio y desde entonces la están reconstruyendo (¡!). La Síndone se salvó en el último momento gracias a la heroicidad de los bomberos, y se mantiene en una urna, expuesta a la oración en la propia catedral, aunque la sábana en sí sólo se muestra al público en contadas ocasiones.


Quien quiera hacerse una idea de la capilla de la Sábana Santa y no esté dispuesto a esperar otros veinte años puede visitar la cercana iglesia de San Lorenzo, en la misma Plaza Real. Su cúpula tiene un estilo similar, aunque a menor escala, y en su sacristía se expone mucha información de la Síndone, incluso una copia de tamaño real.


Es imprescindible la visita al Palacio Real, no solo por ver preciosos salones, cuadros y escaleras, sino mayormente para disfrutar de una de las mejores armerías del mundo. Para un aficionado a la Historia Militar se requerirán horas y horas de disfrute. Nosotros tuvimos que conformarnos solo con una, pero eso sí, la tuvimos para nosotros solos pues llegamos a primera hora de la mañana.


Si decíamos que nuestros soldados se dotaban de las mejores armaduras en Milán, tampoco haríamos mal negocio "conformándonos con alguna de éstas".


En nuestros paseos por Turín no pudimos dejar de admirar la espectacular estatua del Duque Manuel Filiberto (¡otra vez!), que preside la plaza de San Carlos. Cubierto con armadura completa y a caballo, parece liderar nuestras tropas en la Batalla de San Quintín, tal como describen los relieves laterales del pedestal.


Tan solo una curiosidad antes de reanudar nuestro camino: al sellar la credencial en la Oficina de Turismo nos marcaron con el distintivo de la Vía Francígena, la que utilizaban los peregrinos ingleses para llegar a Roma desde Calais, y que atravesando Francia y los Alpes transcurre en algunos puntos coincidente con el Camino Español. Este itinerario ya ha recibido la acreditación de "Itinerario Cultural Europeo" y creo que los amantes de los Tercios deberíamos fijar nuestro empeño en que nuestro Camino fuese incluido en dicha lista, en la que se encuentra Santiago, por supuesto, pero también los vikingos, Mozart o "las rutas del olivar"...